22º FESTIVAL DE CINE DE LPGC: Veinte hombres con piedad

 

Crítica de La mala familia

 

LA MALA FAMILIA

2022 / España / Nacho A. Villar y Luis Rojo.

Panorama España

Arranco la vigésimo segunda edición del Festival internacional de cine de Las Palmas de Gran Canaria inmiscuyéndome durante escasa hora y media en una mala familia. Y la experiencia es poderosa. Tan poderosa como para robarme el sueño la noche de su visionado. Con los años, he llegado a convencerme de que no hay mejor indicador de calidad cinematográfica que aquel que viene marcado por los sismógrafos emocionales y de pensamiento. Cuando sus agujas detectan mucha actividad interna el temblor se traduce en insomnio. Las imágenes, su historia y su mensaje perduran y desencadenan un proceso de reflexión que me deja despierto sin remedio, y el número de horas de desvelo termina siendo directamente proporcional al impacto que ha tenido la película en mí. Bien, pues digamos para resumir que las ojeras de esta mañana son culpa del buen cine.

La mala familia es el retrato de una hermandad, de un grupo de amigos del barrio, el nombre con el que empezaron a llamarse siendo apenas unos adolescentes. Ya por entonces establecen unos lazos tan fuertes que allí donde aprietan consiguen palidecer sangre y tiempo. Esa feroz necesidad de pertenencia une a los hombres a edad temprana, para lo bueno y para lo malo. Para siempre. Sobre todo cuando la crew se forja en las calles, sobre manera cuando se sufre desarraigo y discriminación, en especial cuando la dama justicia se aparta un poco la venda de los ojos para asegurarse de que son los mismos de costumbre aquellos sobre los que deja caer todo el peso obeso de la ley.

La sensación de injusticia que cristaliza a medida que avanza el metraje la hacemos nuestra, y es la misma que tienen ellos cuando les para la policía en la caja de un supermercado sin venir a cuento, cuando escuchan a la jueza pactar con desconocidos su destino con una ligereza insultante y con el apremio de llegar al supermercado antes de que cierre, o cuando discuten entre ellos las consecuencias demoledoras para sus vidas en proceso de reforma del hecho de pagar con pena de prisión un delito cometido años atrás. La verdadera rehabilitación, que se las ha dado el tiempo, puede arrebatársela ahora el talego, el lugar que nunca lo logra a pesar de estar cimentado sobre semejante idea. Una paradoja cruel que a ellos no se les escapa: La justicia no es justicia si no lo es en su debido tiempo. Son palabras de Jamel, uno de los protagonistas que vive con la tensión y el miedo de verse, de la noche a la mañana, dentro de una celda. No sería su primera vez, por ello el temor es doble. Andresito es otro que ha acabado en prisión. El documental se centra en su primer día de permiso carcelario, ocasión que aprovechan para reunirse todos y hacer una barbacoa en el pantano. Durante ese día conocemos mejor las duras circunstancias, presentes, pasadas y futuras, de muchos de los miembros de La mala familia. Somos testigos del modo en que, allí donde el sistema les ha fallado, ellos mismos acuden al rescate, los unos de los otros, devolviendo una lección de solidaridad a un mundo que los ha tratado de forma insolidaria, una lección de pluralidad a los que les han tratado desde el racismo, una lección de moralidad al ciudadano inmoral. Migraciones en la infancia, abusos de autoridad, supremacía de clases, a todo ello responden y de todo se reponen en grupo, desde el compadreo. Así abordan el principal aspecto de la trama de realidad que recoge el documental. Sentados a la orilla del pantano se sinceran acerca de ese lazo que ata a la mayoría, el que más les aprieta y ahoga de todos: aquella sentencia que les obligaba a pagar una cuantía mensual durante un periodo de cuatro años para evitar el ingreso penitenciario, con dicha condición jurídica compartida para bien o para mal, ya que el impago de dicha compensación económica por parte de uno de los acusados con sentencia implicaría el ingreso de todo el grupo. La premisa es muy potente y la escena cúlmine está a la altura.

De hecho, cualquier apartado técnico de la obra que se me ocurra valorar está a la altura. La música se vuelve atmosférica cuando se necesita atmósfera y desaparece cuando la atmósfera ya nos envuelve sin necesidad de acordes, que es casi siempre. Olivier Arson, colaborador habitual de Sorogoyen, compone aquí una banda sonora que suena muy cercana, fuese inspiración o no, a la que Nicolas Jaar creó para Ema (2019), película a la que sería fácil sacarle algún punto en común con la que nos ocupa, algo que también podría hacerse con Regreso al paraíso (1998) debido al dilema moral que une a los personajes o con Un profeta (2009) por la salida carcelaria que disfruta el protagonista recluso, cambiando un ciervo onírico por la crudeza del testimonio. Respecto a la fotografía, solo se usa luz natural y consigue transmitirnos todas las emociones de unos rostros enjaulados en los primerísimos planos, como en la secuencia de plano fijo de la lectura de la carta que Andresito escribió en prisión y hace llegar ahora él mismo y en voz alta a sus destinatarios, sus amigos. Es la escena con más pegada de la película.

Para ir acabando con el análisis, tanto actores como directores están fantásticos. Los primeros por ser ellos mismos, sin imposturas, y eso puede llegar a ser igual de difícil ante cámara que conseguir ser otro. Los segundos porque en ningún momento tratan de vendernos esta o aquella idea, esta o aquella inocencia, a pesar de que algunos de los que exponen sus delitos y sus miserias son grandes amigos suyos desde que eran pequeños. Todo llega y todo cala sin manipulación, sin maniqueísmos. Y tenían verdad suficiente en sus manos como para habernos posicionado a favor de los protagonistas con más rabia e indignación, lo supimos después, cuando los directores, tras la proyección de la película y ante las preguntas de los presentes, revelan en parte la naturaleza de los delitos cometidos y los atenuantes, cosa que nunca se hace de forma explícita en la cinta. Fue entonces cuando algunos momentos vividos en el barrio regresaron a uno. Cuando me acordé de los que se quedaron atrás. Cuando terminé de convencerme del calibre de La mala familia, cine social con mayúsculas. Cuando vi asomarse a la sala a una dama que se apartaba la venda de los ojos y se reía de cuanto veía.

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