La niebla verde: Un antojo para unos pocos

 

Acerca de The Green fog ∫ Guy Maddin, Evan Johnson, Galen Johnson  ∫ Estados Unidos-2017

Sección oficial de la 18ª edición del Festival Internacional de cine de Las Palmas de Gran Canaria

 

La noche del pasado 7 de Abril tuvo lugar la premiere de la película estadounidense The Green fog, enmarcada en la Sección oficial del festival capitalino. El lugar de proyección fue el Teatro Pérez Galdós, la sala reina. Servidor acudió a este primer pase de la obra como único representante de Cultura Palpitante, medio acreditado por segundo año consecutivo, y lo hice acompañado de un puñado de amigos. Este dato no es caprichoso, al contrario: la presencia y reacciones de la mayoría de ellos reafirmó las impresiones con las que abandoné el patio de butacas, valoración que paso a exponer a continuación.

El encargado de presentar The Green fog la definió ante los asistentes como un Frankenstein fílmico. Curiosamente yo había usado exactamente la misma comparación para tratar de explicar a mis amigos la naturaleza del film antes de adquirir las entradas, en base a lo poco que había leído sobre ella. Y la película no deja de ser eso. The Green fog es un encomiable tributo a Vértigo de Hitchcock. Salvo pequeñas variantes distintivas, reconstruye la película del genial cineasta británico secuencia a secuencia a partir de fragmentos y fotogramas de otras películas, algunas inéditas, todas ambientadas en la bahía de San Francisco, por lo que la obra también se transforma en una carta de amor a la vieja ciudad americana: cuestas, puentes y temblores se suceden en pantalla.

Los diálogos son escasísimos y la duración total es de solo 61 minutos, de modo que la película se puede considerar casi muda y casi un mediometraje (y sin los casi). Dada la genealogía atípica del film, los protagonistas rara vez repiten rostro, y en ocasiones, durante los diálogos silentes, estos rostros muestran gesticulaciones extrañas, forzadas a nivel de ritmo y montaje con el fin de transmitir tanto el acto en sí como las emociones de los personajes. Podemos pasar de un Chuck Norris que luce epiléptico a todo color a un Humphrey Bogart inmutable en su granulado blanco y negro, todo mientras el espectador debe realizar el salto ciego y sin red que supone considerarlo un mismo personaje. La cadencia arrítmica y recortada con la que aparecen los frames con el difícil objetivo de recrear las escenas originales también puede producir inicialmente en el espectador una leve sensación de incomodidad retinal, incluso en algún caso, un mareo pasajero. Pero el mayor problema de la obra reside en la comprensión de la historia que se cuenta. Quien no haya visto Vértigo está perdido sin remedio. La metralla de imágenes que forma el collage secuenciado, tan distintas entre sí, no basta por sí sola para hacer alcanzar el entendimiento al espectador que vaya a verla sin conocimientos de casa. De hecho, tampoco resulta un visionado fácil para aquellos que sí han visto la peli de Hitchcock, ya de por sí bastante enrevesada argumentalmente. En mi caso, la habré visto dos o tres veces en el pasado y aun así admito que iba siguiendo la trama a trompicones. Además la historia presenta sus propias variaciones, aportaciones de los autores con las que pretenden dotar de un carácter único al producto y con las que solo consiguen volver más rara la rareza, si se me permite la expresión redundante. Solo consiguen complicar más las cosas. Un ejemplo sería la inclusión en determinados planos de esa niebla verde que da título a la obra, inspiración directa de la que posiblemente sea la escena más icónica de la película original. No consiguen una película con identidad propia en fondo, solo en forma, y en este aspecto no precisamente para bien. La obra se queda tan solo en el tributo a la ya existente.

Mi amigo sentado a la derecha se pasó la hora estampando su mentón contra el pecho con una cadencia casi zen. La chica a mi izquierda observaba con curiosidad al principio, y de ahí en adelante con una sensación a medio camino entre la frustración y el ridículo, acurrucada en mi hombro para encontrar guarida frente al aburrimiento y amortiguación para la risa que le asaltaba de tanto en tanto. A otra de mis amigas lo que le resultó especialmente molesto fue el apartado sonoro, y es algo del todo comprensible, ya que se abusa de esos instrumentos de cuerda desquiciados de los que hacía uso Hitchcock tan a menudo. Se trata de un compás al que recurrir en momentos puntuales para obtener un efecto en particular, nunca para convertirlo en tema central y recurrente.

En resumen, esperaba ser lapidado por mis amigos al abandonar la sala, más aún cuando a mí la experiencia me había salido “gratis” y a ellos la broma les había costado cuatro euros. Al final tuvieron misericordia y exhibieron una amistad que quizás no merezca.

A pesar de todo lo dicho, The Green fog tiene aspectos reseñables, eso es innegable. El montaje tiene muchísimo mérito, y el trabajo previo de rastreo de imágenes en la profunda filmoteca norteamericana se antoja titánico. Es una propuesta curiosa y el cinéfilo puede entretenerse reconociendo películas amadas aquí y allá, minuto a minuto. Sin embargo, el espectador medio no encontrará recompensa suficiente en estos aspectos, los aprecie o no, y muchos buenos cinéfilos tampoco. El andamio que se nos brinda es de Vértigo, en todos los sentidos, y la niebla, más que aportar, merma nuestra visión global de la obra.

The Green fog es más un artefacto audiovisual que una película al uso, más un puzzle friki que una historia cinematográfica, más un ejercicio de cinefilia extrema que un film que proyectar en una sala de cine común. Por ello, es más una pieza para un museo de arte moderno que una cinta que incluir en la Sección oficial de un festival de cine internacional. The Green fog solo es un antojo para unos pocos.

 

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