Fincher está en los detalles: Un asesino que amar

 

Como dice el refrán: Fincher está en los detalles. Y el cineasta nos acaba de brindar un asesino que amar… metódicamente.

Un plan crítico sin spoilers sobre El asesino

Cíñete al plan.

Anticípate, no improvises.

No te fíes de nadie.

Nunca cedas la ventaja.

Pelea la batalla por la que te pagan.

Prohíbe la empatía. La empatía implica debilidad.

La debilidad supone vulnerabilidad.

En cada paso del proceso pregúntate: ¿Yo qué gano con esto?

Eso es lo que hace falta, a lo que uno debe comprometerse, si quiere hacerlo bien.

Es sencillo.

 

Las 19.20 pm. Tu novia abre una cerveza y se sienta en el sofá, a tu lado. No puedes evitar verlo como una intrusión, aunque no lo sea. Su amiga se retrasa. Lleva media hora esperándola, pero tú llevas más de dos años esperando por El asesino. No desesperes.

Cíñete al plan.

Anticípate, no improvises.

Caminas hasta la cocina y compruebas lo que ya sabes: hay cerveza en la nevera. Tu bolsa de papas fritas favoritas permanece en el estante alto del mueble. Los bits de pollo que te mandó tu madre para almorzar y reservaste para la noche siguen en el táper. Te dices que algo bueno debe tener una fractura en la cabeza del radio justo antes de dejarlo todo listo en la bandeja.

Ya está de camino, te dice tu novia cuando regresas al sofá.

No te fíes de nadie.

¿Qué estás viendo? ¿qué partido es ese?

Barcelona y un equipo que no sé cuál es, contestas.

Vaya mierda, replica.

Y vaya si lo es. Ni te habías fijado hasta ahora en el rival del Barça. El Estrella roja, parece ser. Euroliga. Te la suda. Pero…

Nunca cedas la ventaja.

Sigues mirando la tele sin ver el partido.

Cíñete al plan.

La ventana de oportunidad es amplia y cristalina. Tu novia se va con las amigas al Womad. Normalmente vas, cada año (qué coño, para un evento cultural gratis que montan), pero resulta que estás de baja por el codo, y está la incomodidad, la vergüenza del qué dirán y, más determinante, el estreno en Netflix hoy viernes de la última película de tu director favorito. Un Macaulay con estreno de David Fincher. Un acontecimiento. Sí, la ventana de oportunidad es amplia y cristalina.

Por fin llega la amiga, por fin la despedida.

Cíñete al plan.

Anticípate, no improvises.

Vas a la cocina y les pones lata a los gatos, una entera a cada uno, sus preferidas. No quieres que empiecen a perseguirse por delante de la pantalla a mitad de película. Con las latas siempre se sacian y se sumen en un placentero sueño.

Cíñete al plan.

Ventanas cerradas, sin ruidos. Luces apagadas, sin distracciones. La bandeja con la comida a tu lado, la birra abierta y servida, el mando en la mano. Te mides el pulso cardíaco. Pulsaciones a 94. Debes mantenerlo por debajo de 80, controlar el hype. Recuerdas lo que te pasó hace un par de días con la peli del bueno de Martin. Tenía toda la leña y… no encontró la chispa. A veces ocurre, les pasa incluso a los más grandes. Así que controla el hype, aunque sea en el último instante, justo en el segundo previo a apretar el play, porque antes ha sido imposible. Un actor como Fassbender dirigido por Fincher en su género fetiche, en ese en el que no tiene quien le tosa. Un póster retro precioso que evoca el mejor polar, aquel que filmaba Melville. Un tráiler poderosísimo, dos minutos que merecen más la pena que el noventa por ciento de la producción cinematográfica de este año, dos minutos con ese cardio audiovisual del montaje tan propio del autor que te cuela planos y sonidos en la jaula torácica y los deja revoloteando por ahí dentro. También las críticas, claro, todas positivas. Esperanzadoras. Pulsaciones a 90. Controlar el hype. Pulsaciones a 84. Controlar el hype. Pulsaciones a 77.

Play.

Los títulos de crédito relampaguean en la pantalla. Avanzan rapidísimo, ametrallan las retinas, un poco como los de El club de la lucha. Casi esbozas la primera sonrisa, pero la reprimes. Demasiado pronto. Controlar el hype. Pulsaciones a 81.

Cíñete al plan.

En la primera secuencia, correspondiente al primer capítulo, el que se desarrolla en París, ya aprecias la grandeza. Todo lo que está por venir ya se encuentra ahí, en esos planos iniciales encuadrados con lente de tallar diamantes, milimétricos dentro de una obsesiva perfección. El director de Denver confesó una vez: “Scorsese me dijo que las cosas que haces mal son tan importantes para tu estilo como las cosas que haces bien. Lo cual es totalmente cierto y extrañamente alentador”. Pues a pesar de esa gran verdad artística, eres incapaz de detectar cosas mal hechas en su cine. No solo se trata de la brillantez a la hora de colocar en todo momento la cámara, puedes referirte a la paleta cromática, impecable y tendente al mostaza, predilección que comparte con otros grandes cineastas, dígase Villeneuve, por ejemplo. Puedes referirte al montaje, al control que tiene de la tensión y del ritmo narrativo. Puedes referirte a la elección y al uso de la música de los Smiths y al score original de sus habituales Trent Reznor y Atticus Ross, apuntar el modo que tiene de hacernos oír a la banda de Morrisey solo cuando adoptamos la perspectiva del asesino y miramos con sus ojos y escuchamos con sus oídos lo que proviene de sus auriculares, o el modo que tiene la electrónica comandada por el líder de Nine inch nails de embalsamar las escenas para el recuerdo. Hasta puedes mencionar la inclusión de la maravillosa Glory box en cierta escena, canción de Portishead que te da un zarpazo de nostalgia y que te reafirma en la creencia de que tu conexión con el cine de Fincher, que se remonta a tu adolescencia, reside en los detalles. Catalogar la música de idónea se te antoja quedarte corto si no fuera la palabra… idónea. En definitiva, te refieras a lo que te refieras, te refieres a su maestría. A ese dominio técnico y artístico absoluto que ya se distingue en el interior de esa oficina ruinosa de Wework, emplazamiento que elige el asesino para la vigilancia y donde se desarrolla la mayor parte de la primera secuencia. Una oficina de Wework vacía y polvorienta. No hace ni tres días la empresa se declaró en bancarrota. Te preguntas si Fincher, además de ser un genio del séptimo arte, tiene dotes premonitorios.

Cíñete al plan.

Pulsaciones a 85.

Controlar eh hype.

Pulsaciones a 80.

“Mi ropa de camuflaje está basada en un turista alemán que vi en Londres. A nadie le apetece interactuar con un turista alemán. Los parisinos los evitan como todo el mundo evita a los mimos”. Sueltas por las narinas una única risotada, sin poder evitarlo. Ya lo creo, piensas. Sobre todo, por vivir en una isla como en la que vives; sobre todo, por impartir clases en un centro como en el que impartes.

Cíñete al plan.

Anticípate, no improvises.

Te percatas pronto de que a Michael Fassbender el papel le queda como un guante, como uno de esos guantes de nitrilo con los que cubre sus manos profesionales. Fassbender es el Killer y el killer es Fassbender. Lo borda. Se cuenta que ningún actor o actriz que compartiera set de rodaje con él lo vio parpadear mientras la cámara rodaba. Y eso está ahí, en la obra, un detalle de la frialdad del personaje como también lo es su aporte de datos estadísticos y el uso de su voz en off, una voz que no sube ni baja una octava en ningún momento, que mantiene inalterable su tono frío y su timbre gélido hasta el final. Parte del mérito, o parte de la culpa en el sacrificio del actor, sabes que recae en Fincher, una vez más. Conoces su fama a la hora de repetir tomas. Recuerdas las palabras de Jake Gyllenhaal, intérprete bajo sus órdenes en Zodiac: “Fincher pinta con la gente. Y no es fácil ser un color”.

Cíñete al plan.

Acaba el primer episodio y ya estás cautivado. Todo resulta fascinante. Pulsaciones a 95. Controlar el hype. No puedes apartar la mirada de lo que ocurre en pantalla. Recuerdas aquel pequeño estudio en forma de videoensayo hecho por un cinéfilo que explicaba cómo Fincher hackea tus ojos. Sí, eso es. Ha hackeado tus ojos. Para cuando recuperes el dominio de tu mirada, anticipas la posibilidad de escribir sobre la película, aunque sabes que aún es demasiado pronto para decirlo. Para sentirlo. Porque por lo general solo escribes sobre una peli cuando sientes una necesidad imperiosa y germina una idea para estructurar el texto. Cuando echas la vista atrás, las películas sobre las que te has visto impelido a escribir terminan siendo muchas veces tus preferidas de ese año, con frecuencia las favoritas de siempre. Supones que es el rugido, como lo llamaba Bukowski. No te precipites, no desvaríes.

Cíñete al plan.

La película avanza. Fluye como veneno en torrente sanguíneo. Sabes que estás inoculado. Vas comprendiendo todas las acciones del asesino, empiezas a pensar como él.

Prohíbe la empatía. La empatía implica debilidad.

La debilidad supone vulnerabilidad.

Con cerca de media película desenrollada, llega la Pelea. Con mayúscula. El asombro te deja la mandíbula colgando como un columpio. Al acabar das un rápido repaso mental y alcanzas una conclusión: probablemente sea la mejor lucha cuerpo a cuerpo de la historia del cine. El descarte lo haces atendiendo a criterios de realismo (fuera asiáticas entonces, no tenemos siete vidas), velocidad, impacto en el espectador y, especialmente, virtuosismo a la hora de filmarla y montarla. Después de tantos años, acabas de relegar la pelea de Bourne y Desh en Tánger al segundo peldaño del podio. Pulsaciones a 105. Controlar el hype. Pulsaciones a 91. Controlar el hype. Pulsaciones a 82.

Te vas dando cuenta de que la trama es sencilla y que las complejidades están en todo lo demás. La historia es lineal, un guion basado en encuentros de personajes, al estilo que a ti tanto te gusta construir tus novelas.

Prohíbe la empatía. La empatía implica debilidad.

La debilidad supone vulnerabilidad.

Los personajes de esos encuentros ponen de manifiesto el acierto y la contundencia monolítica del reparto.

Cíñete al plan.

La película continúa y después de cinco capítulos acaba con un breve epílogo, un broche magnífico. El asesino termina de revelar su camino y culmina la muda de piel ante tus ojos. Lo hace con el rescate de algunas de sus mejores frases, palabras que usan punta hueca para ensanchar nuestro entendimiento con el impacto. “El único camino en la vida es el que dejamos atrás”. Y ese último guiño

Pura genialidad.

Ahora el subidón es distinto, y ya no estás seguro de poder controlarlo. Pulsaciones a 93. Los títulos de crédito van desapareciendo al ritmo de Morrisey, y sigues clavado en el sofá. Ya puedes afirmar que The Killer es un neo noir hiper estilizado y adictivo, otra joya de David Fincher. Una obra mucho menos simple de lo que parece, retrato de la banalidad de la vida moderna, mostrada a través de todas esas marcas y grandes compañías que programan nuestras rutinas y pautan nuestras acciones, incluso las de un asesino profesional. Pulsaciones a 89. La idea había surgido mientras veías la película y ahora quieres materializarla. Tienes el enfoque.

Cíñete al plan.

Te levantas y te acercas a la mesa. Coges un par de folios en sucio y escribes varias líneas, pilares del andamio que acercas a la idea para trabajarla. Vuelves a poner la película desde el principio para apuntar el mantra del asesino y corroborar un par de aspectos. Sigues solo, si descuentas los gatos, que aún duermen. Te replanteas por un instante lo de escribir debido a las molestias por la fractura. A la mierda. Si te viste corrigiendo un examen de bioquímica durante horas estando de baja y en estas condiciones, puedes escribir algo para ti.

Cíñete al plan.

Empiezas a escribir, desde la excitación.

Empiezas a rememorar, desde el salón.

Escribes el texto a mano, igual que siempre. Luego lo pasarás a ordenador. La tecla no se empuña, y es en el puño donde se termina por acumular tu escritura. Escribes con una pluma barata, antes lo hacías con boli. La pluma se desliza más rápido por el papel y le sigue mejor el ritmo a tus pensamientos. Total, el garabato solo serás capaz de leerlo tú, y tampoco siempre.

Cíñete al plan.

No llevas ni un folio escrito cuando llega tu vecino de abajo borracho como una cuba, dando unos golpes tremendos y buscando gresca. Grita y le escuchas insultarte, amenazarte de muerte sin motivo. Eso es nuevo. No sabes ni su nombre. Nunca se han presentado, apenas un saludo en un año. Los golpes no cesan, el órdago tampoco. Pulsaciones a 120. Intentas controlarte. Te recuerdas a ti mismo que tienes un codo roto y el brazo derecho inútil para lo que pueda pasar.

No te fíes de nadie.

Nunca cedas la ventaja.

Pelea la batalla por la que te pagan.

Continúa el escándalo. Te reclama con un insulto por enésima vez. Te diriges a la puerta y cuando escucha tus pasos desde el descansillo y ve tu silueta en la puerta acristalada vuelve a entrar en su casa. Pulsaciones a 120.

Cíñete al plan.

Decides no llamar a la poli. Esperar a que se calme. Decides arreglar el asunto con él mañana, cuando se le pase la borrachera, del modo más civilizado posible.

Pelea la batalla por la que te pagan.

Tarda un par de horas en dejar de hablar solo. Pulsaciones a 100. Los gatos ya no están dormidos, por supuesto que no. Pero no han hecho un solo ruido. Permanecen alerta, a tu vera. Cabrones intuitivos.

Pulsaciones a 92.

Cíñete al plan.

Retomas la escritura. No la abandonas, por mucho que sean las dos de la mañana. Sabes que de todas formas el rugido no te dejaría dormir. Eres consciente de que la amanecida te pillará con los ojos abiertos como ánimas de cañón. No importa.

En cada paso del proceso pregúntate: ¿Yo qué gano con esto?

Nada de nada.

Eso es lo que hace falta, a lo que uno debe comprometerse, si quiere hacerlo bien.

Estás de acuerdo. Fincher lo expresó muy bien allá por el 2020, respondiendo a un periodista del New York Times: “No estoy haciendo esto por nadie. Voy a donde me lleve mi curiosidad”.

Piensas las veces que tu curiosidad te ha llevado hasta su cine.

Sigues escribiendo.

Es sencillo.

XH O XB

 

 

 

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