21º FESTIVAL DE CINE DE LPGC: La niebla de la tradición

Crítica de Children of the mist


 

CHILDREN OF THE MIST

2021 / Vietnam / Ha Le Diem

Sección oficial – Largometrajes

—¿No tienes ninguna influencia con las autoridades?

Zondie se rió.

—¿Qué autoridades? Inja es la ley en este valle. Los policías más cercanos están a ochenta kilómetros, demasiado cagados de miedo como para poner un pie aquí. Y de todos modos, ¿qué les iba a decir?

—Que está obligando a una chica a casarse con él en contra de su voluntad.

—La ha comprado, Dell. A cambio de unos billetes y un par de vacas raquíticas. No importa lo que ella desee. Se llama tradición.

Diablos de polvo (EsPop Ed.)

Roger Smith

 

En Sudáfrica, en Chechenia, en Vietnam… El hombre siempre se hace llamar tradición cuando borra apellido de mujer. Cuando la escoge, la retiene y la obliga a compartir un futuro que ella no desea. La novia raptada es una costumbre que aún pervive en muchos pueblos del planeta, pueblos que habitan el primer mundo pero experimentan el desarrollo como salpicaduras de una marea muerta, ajenos por completo a valores como la igualdad o la ética, ya no digamos a movimientos como el #MeToo. Tal y como añadiría el citado novelista, autor de la brutal y soberbia Diablos de polvo, algunas distancias no se miden en kilómetros, se miden en siglos. Ya sea en una tribu zulú cerca de Ciudad del Cabo, en una comunidad de Europa del Este o en un asentamiento Hmong en Vietnam del Norte: el problema es el mismo. El cambio de mentalidad no se produce a la velocidad que requiere los nuevos tiempos, ese progreso que una adolescente descalza sobre un arrozal puede ver y envidiar pero nunca vivir a través de la pantalla de su móvil. Por suerte, el instinto de rebeldía ante la injusticia no necesita enseñarse. Tampoco la lucha por la libertad. Es algo innato. Atemporal. Por eso Di, la niña protagonista de Children of the mist, se revolverá a patadas ante su destino. Seremos testigos.

La historia transcurre en las nubladas montañas de Vietnam del Norte, en una comunidad Hmong donde se sigue practicando la controvertida tradición del “robo de la novia”. Durante la celebración del Año Nuevo Lunar, los jóvenes pueden apropiarse de alguna chica y poner en marcha un ritual de casamiento que incluye el encuentro de ambas familias y el acuerdo de la dote que percibirán los padres de la prometida. La documentalista Ha Le Diem viaja hasta este rincón de Asia y pasa tres años con una familia Hmong. Entabla amistad con la hija y filma con apego y angustia su temprana odisea de paso a la vida adulta. Porque Diem no siempre logra mantenerse al margen de lo que enfoca, y lo que podría ser criticable en preceptos o fundamentos se distingue como virtud del largometraje. Al permeabilizar la cuarta pared e implicarse emocionalmente, Diem nos pone gesto e intención, articula el impulso del espectador y nuestra empatía aumenta. Por añadidura, la historia deja de ser puramente documental para elevar su narrativa y pasar a ser otra cosa. Todo un acierto no intencionado. Digamos que la joven realizadora vietnamita fracasa en profesionalidad para triunfar como persona. Y su obra lo agradece.

En el primer tramo de metraje la lente de Diem captura la belleza casi onírica del lugar y de su gente. La vida rural de otra época, de una que hemos dado erróneamente por pérdida. El cultivo de arroz en los bancales. El sencillo placer de un alcohol casero al caer la noche. El cosido de una prenda remendada en una vieja máquina de coser a la que se da pedal a la intemperie. El talante alegre de unas niñas que no pierden la sonrisa a pesar del duro trabajo recolector que llevan a cabo después de las clases. Sus carcajadas… También hemos perdido la pureza de esa risa. Ya solo se ríe de ese modo en los lugares inocentes, con la paradoja de que ocurre allí donde la infancia es más efímera. Desde el arranque, Diem nos apunta esta circunstancia con la metáfora visual de hacer desaparecer las letras del título en medio de una niebla espesa que invade el plano. La niñez dura un par de pestañeos. Luego, desaparecerá para siempre ante nuestros ojos.

En el segundo tramo de la película se anticipa el conflicto. En el tercero y último surge la lucha externa de Di y la lucha interna de la mujer tras la cámara. Di tiene una fuerte personalidad y retará a su propia familia para imponerse a la tradición, en este caso encarnada por Vang Thao, apenas un niño, otro tipo de víctima, desorientado como una marioneta que no ve sus hilos en la niebla. Sus parientes, azotados por la pobreza y marcados por ritos ancestrales, mueven esos hilos de forma inmisericorde.

La pelea de Di por sus derechos supone mejor y más auténtico alegato feminista que cualquier campaña o mensaje forzado del cine reciente. Solo por presenciar su arrollador testimonio, por apreciar su carácter y escuchar su poderosa voz, ya merece la pena el visionado de la fantástica Children of the mist. Pero si la denuncia no es suficiente motivo, el convencimiento llega con el precioso retrato de ese entorno y de esa forma de vida. Ver a madre e hija recolectar el añil para luego fabricar el color en barreños es algo que no se olvida fácilmente, y si lo pensamos con detenimiento, la escena se convierte en otra metáfora de lo que está por venir.

Cultivar el azul.

Si hay algo más poético, a mí no se me ocurre.

  •  
  •  
  •  
  •  
  •  
  •  
  •