Poesía superviviente en el meridiano de sangre

 

Da igual lo que los hombres opinen de la guerra, dijo el juez. La guerra sigue. Es como preguntar lo que opinan de la piedra. La guerra siempre ha estado ahí. Antes de que el hombre existiera, la guerra ya le esperaba. El oficio supremo a la espera de su supremo artífice. Así era entonces y así será siempre. Así y de ninguna otra forma.

Meridiano de sangre (1985), Cormac McCarthy

 

Acerca de El Renacido

Sin spoilers

♠ ♣ ♥ ♦

 

El afluente empantana pies y raíces.

El agua corre, acaricia.

Tiene lugar el acto orgulloso más primitivo del hombre, reflejado con sangre y almagre ya en las cuevas, úteros de roca de nuestra especie: la cacería. Aunque quizás sea más simple. Quizás lo primigenio sea matar. Quizás por aquel entonces fuese un motivo de orgullo. Quizás se malinterpretan las pinturas. Milenios de negación. Ahora da igual. Ya es tarde. Y en el empeño,

la sangre corre, acaricia.

La humanidad se empantana, pies y raíces.

Padre e hijo a la carrera. Regreso al campamento. Los cazadores convertidos en presas tras el arqueo de la primera flecha indígena. Es el caos de la tierra del todos contra todos. Cuando el colapso del entendimiento llega con el miedo en el primer instante y se cruzan cuchillos antes que palabras.

Silban saetas que se silencian en carne.

Estornuda la pólvora sobre pañuelos de pelo y piel.

Lo apreciamos todo. Lo sentimos todo.

Vemos caer a los hombres. Desde abajo, desde izquierda, desde derecha y desde arriba.

Oímos los gritos, los alaridos y los tambores de guerra. Desde arriba, desde derecha, desde izquierda y desde abajo.

Olemos el almibarado aroma de la locura y el tufo del salvajismo. Por todas partes.

Lo apreciamos todo. Lo sentimos todo.

Estamos en la lucha. Y luego huimos para no estarlo.

Ya en la barcaza, río abajo, podemos estar seguros. No tanto de escapar de la flecha de un arikara como de una certeza: hemos mirado diferente. Hemos dirigido nuestra mirada en el frenesí con intuición superviviente, de forma casi visionaria. Hemos vivido distinto.

Pero el mérito no es nuestro. El Chivo lo ha hecho posible. El maestro de la luz nos ha prestado sus ojos. Disfrutaremos y sufriremos el privilegio durante toda la aventura. Veremos más allá de esa frontera donde nuestra imaginación se congela y contemplaremos lo conocido con la magia de la primera vez, con la claridad inmisericorde de un dios. Por ello, al final, y solo entonces, el juicio será cosa nuestra. No es tarea del hombre, como bien indicará el trampero. Nos creeremos con potestad por haber adquirido una visión divina y nos apresuraremos a elegir destinos ajenos en nuestros pensamientos.

La naturaleza humana.

Lo hemos apreciado todo. Lo hemos sentido todo.

No hemos aprendido nada.

Olvidamos que los ojos eran prestados y nuestra voluntad responde por ellos. En otras palabras, nuestra voluntad no es nuestra. Solo es voluntad. Paradoja que alcanza el arte. Paradoja que alcanza la vida.

El trampero se dará cuenta en el último instante.

Nosotros no. Ya será tarde.

Tampoco tenemos culpa.

Con pupilas divinas y mirada de luz, las sombras deben proyectarse de párpados para adentro.

Lo primero que nos escalparon fue la conciencia.

El agua corre, con sangre.

Ya no acaricia.

Aruña.

 

El Renacido Crítica Cultura Palpitante

 

Cuándo, dijo la luna a las estrellas del firmamento.

Pronto, dijo el viento que le siguió a su casa.

Quién, dijo la nube lloriqueando.

Yo, dijo el jinete sediento.

Cómo, dijo el sol que derretía el suelo.

Por qué, dijo el río que se negaba a fluir.

Dónde, dijo el trueno sin su estrépito.

Aquí, dijo el jinete sacando su arma.

La propuesta (2005), John Hillcoat

 
 
El Renacido Crítica Cultura Palpitante
 

Respira, sigue respirando.

Luchar contra un salvaje instinto maternal y salir hecho trizas.

Zarpas y colmillos. Por todas partes.

Ser despedazado en tres asaltos. La violencia de lo indómito.

Ser sometido. Perder el aliento y compartir el de tu contrincante, cálida ventisca de saliva que se estampa contra tu nuca.

Así, respira, sigue respirando.

Nunca has presenciado nada igual. Un cuerpo a cuerpo animal, jamás semejante. Nunca has sentido nada igual.

Querer apartar el pellejo desde la distancia es inútil, no tanto por la imposibilidad inherente. Se nos niega también el recurso de llevar la realidad a escena y salir indemnes. Es más por la posibilidad hiriente. Es más por la ineludible ficción que viene en nuestra busca y nos trae el dolor. La carne no escapa. Ni la nuestra ni la de nuestro oponente, sin ser enemigo (no se puede ser enemigo por casualidad). Devolvemos un mordisco de mosquetón, abrazamos a cuchilladas.

El desenlace, una victoria pírrica. Ganarle un pulso a la naturaleza siempre trae consecuencias.

Y vencida una bestia parda, llega la segunda. Mucho más cruel, aunque camine sobre dos patas. Mucho menos humana, aunque se le conceda tal condición por defecto, por nacimiento, a veces por defectos de nacimiento.

A pesar de todo, respira.

Sigue respirando.

Trizas.

Por todas partes.

Tendremos que reunirlas para seguir adelante.

 

El Renacido Crítica Cultura Palpitante

 

Puso en su rebeldía todo ese poco de vigor que aún le quedaba después de su pasado vacilante. Sin embargo, ahora podía saber que la lucha fue inútil. De nada le valió defenderse como una fiera en retirada y mostrar sus colmillos de perro malherido a los fantasmas del miedo. De nada le valió arrastrarse con las vísceras rotas para ahuyentar los cuervos de la lujuria. Trató de apostarse tras el baluarte de su infancia. Trató de levantar entre su pasado y su presente una trinchera de lirios. Pero fue inútil su lucha, como fueron inútiles los mordiscos que le dio a la tierra de los gusanos para sentir en su lengua esa tibia humedad que no tuvo la leche de su madre.

Tubal-Caín forja una estrella (Cuento perteneciente al libro Ojos de perro azul, 1948)

Gabriel García Márquez

 

El Renacido Crítica Cultura Palpitante

 

Nieva, sigue al recuerdo.

Recuerda, sigue nevando.

El auxilio, el tuyo, acaba donde empieza la supervivencia, la suya.

Tratar de ser humano en situaciones inhumanas. Y solo encontrar a la bestia. La angustia de aguardar un parpadeo, de aguardar la traición en lo inevitable.

De la cobardía al abandono, pasando por el mayor dolor concebible, nada de carne, aquel que asimilas por las retinas mientras estás impedido y va directo al espíritu. El peor sufrimiento que puede encarar un hombre fraguado en las peores circunstancias.

Por tumbado, te dan por muerto. Salpicado de tierra, te dan por enterrado.

Pero nadie ha puesto piedras sobre tus ojos.

Temerario y desconsiderado. Un viaje mal dispuesto.

Nadie te impide refugiarte en un pasado onírico.

Calmante y anhelado. Un viaje mal dispuesto.

Sigue al recuerdo, nieva.

Sigue nevando, recuerda.

 

El Renacido Crítica Cultura Palpitante

 

En uno de esos escrutinios del pasado, perdido en la lluvia, triste de esperar qué ni a quién, ni para qué, el general tocó fondo: lloró dormido.

El general en su laberinto (1989), Gabriel García Márquez

 

El Renacido Crítica Cultura Palpitante

 

Aliento que empaña nuestros ojos.

Niebla que surge y viaja, mal dispuesta.

Ojos que se desempañan y niebla que se dispersa para hallar su aliento.

La poesía es seducida en un paisaje inhóspito. Las copas de los árboles remueven un brebaje de estrellas. Las fogatas encienden rostros y los rostros encienden fogatas. Las hojas encapsuladas en el invierno. Los ocasos arropando con tibieza las montañas frías que no quieren abrigo. La penumbra buscando lucimiento en el blanco omnipotente. Cataratas y desfiladeros por los que ascender en su caída, cumbres y laderas por las que tocar fondo en su escalada. Precarias campanas que cuelgan y que tañen pero no suenan, precarios silencios que se descuelgan, atañen y suenan con desgarro. Blancos de la paleta sonora, murmullos de tonalidades boscosas.

Todo paradoja, todo contradicción.

El sinsentido como fusta y cabalgadura.

La poesía nace de la víscera y la víscera muere con la poesía.

Lo apreciamos en todo momento. Un círculo. Lo sentimos en todo momento.

Una mujer amada que muere de un disparo en el pecho, y del orificio mortal sale volando un colibrí, símbolo de la eternidad, con su aleteo infinito. No hay mejor poema visual. La belleza solo puede ser terrible. No hay mayor verdad.

La amada perdida se nos aparece, nos sobrevuela. Nunca se ha ido. Llegará a decirlo otro hombre de las indias con nombre de arcángel: enamorarse es como tener dos almas al mismo tiempo. Aunque se desvanezca la propia, la de ella nos acompaña.

La poesía nace de la víscera y la víscera muere con la poesía.

Un hombre reducido por sus instintos al animal que lleva dentro, gateando a cuatro patas y rogándole un pedazo de carne cruda y sanguinolenta a otro hombre, a otro animal postrado. Compartir de rodillas las entrañas rojas de un bisonte y, sin embargo, en el gesto y en la escena, no poder recordar un momento anterior más humano. Los lobos fueron espantados, sí, suplantados por el hombre. Pero no se fueron muy lejos. Porque allí donde deberá relucir nuestra especie, solo seremos capaces de evocar aquello de que el hombre es un lobo para el hombre.

Todo paradoja, todo contradicción.

Belleza terrible.

La poesía nace de la víscera y la víscera muere con la poesía.

Aliento que surge y viaja, mal dispuesto.

Niebla que empaña nuestros ojos.

Ahora sí, parpadea.

 

El Renacido Crítica Cultura Palpitante

 

Las llamas oscilaban al viento y las brasas palidecían y se oscurecían y palidecían y se oscurecían como el pulso sanguíneo de un ser vivo eviscerado frente a ellos en el suelo y contemplaron el fuego, el fuego que contiene en sí mismo algo de los propios hombres en la medida en que el hombre es menos sin él y se aparta de sus orígenes y está como exiliado. Pues cada fuego es todos los fuegos, el primer fuego y el último que habrá nunca.

 Meridiano de sangre (1985), Cormac McCarthy

 

El Renacido Crítica Cultura Palpitante

 

Las nubes y las ramas gotean lágrimas.

Las pestañas lloran escarcha.

Pero las lágrimas pueden beberse, lengua al cielo.

Y los ánimos funden las estalactitas del llanto.

El calvario va llegando a su fin. En sueños, hemos visto la forma que adopta, la literalidad de nuestro presente, un osario enorme, una pirámide de huesos, la muerte ordenada. Nos hemos detenido a sus pies con el afán de comprender. Despiertos, hemos representado el vía crucis, cambiando los altares y las cruces por troncos de conífera. Los hemos abrazado, nos han dado respaldo y resguardo. Hemos aruñado uno para llegar al siguiente, con resina y sangre en las uñas, huyendo de las tribus a nuestra espalda y en pos de las tribus que tenemos en el horizonte, todo sucediendo en un sobrecogedor tapiz que no atiende a la palidez de las pieles. Nativos americanos pawnee, nativos americanos arikara, colonos franceses, ingleses, americanos de endiosada adopción… El paisaje no discrimina ni al matar ni al embellecer.

La naturaleza es sabia, se dice, por lo que tal vez sepa lo que nosotros ignoramos sin sonrojos: no hay nada más incivilizado que la voluntad y el acto arrogante de civilizar.

La naturaleza es sabia, se dice, por lo que tal vez fuera ella y no un simple asesino desalmado quien colocara el cartel al cuello de cierto indio ahorcado:

Todos somos salvajes.

El mensaje nos cala. Sabemos que es cierto. Sabemos que han pasado siglos y no hemos podido cambiarlo.

El mensaje nos pesa, nos abruma.

El trampero es quien ya no tiene cupo para lástimas y reflexiones. Tampoco atiende a cautela. Ningún loco está loco si uno se conforma con sus razones, expresará el arcángel de las indias. Al trampero le bastan las suyas. Sabe que él está cerca. Ahí fuera, asustado. Solo tiene que atraparlo. Y afirma:

“Morir ya no me da miedo, eso ya lo he vivido”.

Una sentencia poderosa.

Vivir la muerte.

Como un renacido.

Trascender.

Como un renacido.

De eso va todo.

Cerramos los ojos prestados.

Vertida la sangre y fundida la escarcha, acude la lágrima.

Son los ojos de El Chivo, recordamos. Del maestro de la luz. E incluso en la oscuridad, el aliento persiste.

Nuestro aliento.

Somos supervivientes.

Respira, sigue respirando.

 

El Renacido Crítica Cultura Palpitante

 

Tú no me das miedo.

El juez sonrió. Habló en voz queda hacia el cubículo en penumbra. Te enrolaste, dijo, para un trabajo. Pero fuiste tu propio testigo de cargo. En tus propios actos estaba tu sentencia. Antepusiste tus opiniones a los juicios de la historia y rompiste con el grupo del que habías jurado formar parte y de este modo envenenaste todo el proyecto. Óyeme bien. En el desierto hablé para ti y solo para ti y tú hiciste oídos sordos. Si la guerra no es santa el hombre no es más que barro viejo. Incluso el cretino obró de buena fe dentro de sus limitaciones. Pues a ningún hombre se le exigió más de lo que tenía y lo que uno aportaba no se comparaba con la aportación del otro. Pero a todos se les pidió que vaciaran su corazón en el corazón colectivo y solo uno no quiso hacerlo. ¿Puedes decirme quién fue?

Tú, susurró el chaval. Tú fuiste ese uno.

El juez le observó desde los barrotes, meneó la cabeza. Lo que une a los hombres, dijo, no es compartir el pan sino los enemigos. Pero si yo hubiera sido tu enemigo, ¿con quién me habrías compartido?

 Meridiano de sangre (1985), Cormac McCarthy

 El Renacido Crítica Cultura Palpitante

 

XH O XB

 

P.D:  El Renacido se está comparando en muchos sitios con Las aventuras de Jeremiah Jonhsson, Bailando con lobos o El nuevo Mundo, y resulta obvio que se puede encontrar algún que otro punto en común con estas películas. Pero la última obra de Iñárritu comparte mucho más con La propuesta o con Apocalypse now, incluso con Apocalypto. La propuesta (2005), con guión de Nick Cave y dirección de John Hillcoat, es un soberbio western que hurga en las suturas del género y se descose mucho más lejos, en tiempo y forma, al igual que ocurre con El Renacido. Se trata de otro poema visceral que trasciende a través del lirismo y la brutalidad de la imagen. El contexto de una tierra salvaje y de una cruel e irracional colonización establece otros paralelismos, por citar solo un par entre muchos. En cuanto a Apocalypse Now, las coincidencias afloran a poco que rasquemos. La misma grandeza en todos los aspectos y la misma forma de desollar nuestra especie, de deshumanizarnos. Cambiamos la jungla vietnamita por las montañas de Luisiana y encontramos de igual modo la lucha contra nativos indígenas, el hombre con una misión, hasta la barcaza en el río, expuesta a las flechas. Rodajes infernales, en verde o en blanco, fotografía excelsa y dos portentosos elencos de actores entregados en sacrificio a la causa. A los mandos, dos directores fuera de serie, con el arte como meta, cueste lo que cueste. Por ello, la película de 1979 parece insuperable y su fuerza se mantiene intacta en nuestros días. Por ello, esta película de 2016 que nos ocupa se antoja única e imperecedera como la de Coppola. Ambas son prodigiosas, hechas para cerrar sus fauces en el recuerdo.

Pero no es en el celuloide donde hallamos el vínculo más estrecho con El Renacido. La obra con mayor parecido es literaria. Se trata de Meridiano de sangre, colosal novela de Cormac McCarthy, premio Pulitzer por La Carretra y, con algo de justicia, quizás algún día premio Nobel. Indios, cabelleras escalpadas, huidas a la desesperada, matanzas, poesía del superviviente, venganza, misticismo, paisajes envolventes… El título de este texto no respondió al mero capricho.

 

  •  
  •  
  •  
  •  
  •  
  •  
  •  

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *