Texto sin spoilers sobre La La Land
Mucho se ha hablado y se está hablando de esta película. Bla Bla Bla(nd). Toca reflexionar sobre el entusiasmo generado. ¿Es para tanto? ¿Qué es La La Land?
La La Land es el viejo cine de tu ciudad. La La Land es el encargado de la taquilla que bromea contigo en confianza cuando te dice que solo queda una entrada y será para ella, aludiendo a tu acompañante, una chica realmente preciosa. Es la taquillera tras el cristal añadiendo con un guiño que siempre se puede sentar en tu regazo, ¿verdad que sí? La La Land es la risa de los cuatro.
La La Land es café para ti y palomitas para ella. La La Land es volver a hacer cola frente a las puertas negras con ojos de buey de una sala y, curiosamente, disfrutar; a pesar de algún que otro empujón inevitable, disfrutar la espera en ese ambiente en extinción, donde las ansias de buen cine son casi palpables. La La Land es el modo espontáneo de sonreír que tienen los espectadores en la cola y el saludo que repartes aquí y allá, a amigos pintores, músicos, fotógrafos, actores, patinadores y demás artistas jóvenes tratando de salir siempre de la misma trinchera.
La La Land es una sala de las de antes. La La Land es la intimidad de un par de butacas escoradas en una de las filas traseras. Es recordar lo primero que escribiste sobre ella al salir desnudo de la cama en busca de agua durante aquel amanecer: “Tiene los labios del color de las butacas de cine. Además parecen un lugar igual de cómodo donde ponerse a soñar”. La La Land es pensar si ella recuerda esas palabras dedicadas al ver los asientos granate. La La Land es la torpeza de derramar parte del café sobre ella y tener, ahora sí, la certeza absoluta de lo que piensa. La La Land es salir con prisas y dificultades del estrecho pasillo de fila para conseguir servilletas de papel, y pedir disculpas a los espectadores ya sentados como hacían aquellos dos bastardos en la última gran película de Tarantino, mientras piensas sin esquivo posible en la expresión de Tyler Durden para situaciones como esa: “Ahora una cuestión de etiqueta: ¿prefieres el culo o la bragueta?”. La La Land es correr escaleras abajo, encontrarse por el camino a una encargada de sala que pide disculpas a una pareja porque el aforo ya está completo aunque ellos sigan agitando al aire sus entradas con incredulidad, coger servilletas y correr escaleras arriba. La La Land es la sorpresa de no encontrar a tu acompañante cabreada ni disgustada en exceso, todo lo contrario. Es verla sonreír con mal disimulo cuando ya estás de vuelta y le ayudas con la trastada de la cafeína. Es escucharle decir, con las miradas ya al frente, que lo ocurrido es muy tú. Es escucharle sugerir que el accidente en realidad solo aportará más encanto a la velada. La La Land es el tono cariñoso, sincero y reconfortante con el que lo dice. La La Land es la reafirmación de esa creencia tuya de que una sala de cine es la primera y más decisiva vicaría que pisa una pareja.
La La Land es un par de aplausos antes incluso de que se oscurezca la sala, solicitados pero entregados sin esfuerzo; el primero brindado a aquellos que han hecho posible que la película se proyecte en versión original subtitulada, el segundo para el elenco de actores del musical teatral Mamma Mia, invitados por el cine en su día de descanso. La La Land es el silencio litúrgico que instaura a su paso el primer haz de luz del proyector lanzado contra la pantalla. Es una primera escena, una coreografía de apertura que si bien tiene una dificultad en términos de técnica cinematográfica muy alta, también descoloca por el uso primario del color, sin poder escapar de cierto parentesco con videoclips para adolescentes o de uno de esos anuncios de móviles que parecen vender felicidad en lugar de fría tecnología. La La Land es un tercer aplauso al surgir el título en letras gigantes y tipografía clásica hollywoodiense. Y a pesar del cuestionable arranque, es tener el presentimiento de que la película mejorará exponencialmente, quedando la primera secuencia como la menos inspirada de todas, una que sería de sobresaliente en cualquier otro musical pero que chirría un poco en este, precisamente porque confías en que no sea “cualquier otro musical”. La La Land es la recompensa de los buenos presentimientos.
La La Land es esa fórmula artística secreta y perdida, la que no solo aúna a críticos y público, sino que los convierte a todos en soñadores que viven el mismo sueño. La La Land es el público en la sala comportándose como un único ente, un animal sediento de nostalgia y emociones auténticas servidas en una gran historia, riendo al unísono en los mismos instantes, afligiéndose en extraña comunión durante las mismas escenas, como si delante de la pantalla estuviese el joven y talentoso director de la película vestido como un domador de circo que en lugar de látigo tuviese una batuta de orquesta en una mano y una claqueta en la otra para domar y sincronizar nuestros pechos. La La Land es la tremenda valentía de un cineasta de solo treinta y un años, alguien que ha peleado por compartir su sueño y reclutar a otros soñadores. La La Land es un cúmulo armónico de secuencias dinámicas, absolutamente virtuosas, cámaras que siguen a la perfección los pasos de los personajes y bailan con ellos, lentes que giran una y otra vez alrededor de los protagonistas, como si quisiesen acorralar y estancar a perpetuidad todos esos instantes fantásticos.
La La Land es una genial quincena de canciones para componer un musical de leyenda instantánea, score seleccionado entre más de 1900 melodías originales para piano propuestas por un buen amigo del director, un músico treintañero que asumió el difícil reto de pasar a partitura el guión de la película. La La Land es Ryan Gosling en estado de gracia. La La Land es Emma Stone en estado de gracia. La La Land es Damien Chazelle en el que parece ser ya su estado natural dentro del mundillo, el de “niño” prodigio. La La Land es la esencia de películas como Casablanca o Rebelde sin causa, films a los que rinde el mejor y más sentido homenaje que jamás se le haya hecho en el celuloide.
La La Land es el impulso de volver a coger la mano de una chica en el cine. La La Land es la caricia a 24 fotogramas por segundo. La La Land es juntar las yemas de los dedos y pulsar teclas de piano imaginarias al compás de la melodía, todo mientras se sonríe con agrado, mientras notas cómo los pies se mueven solos debajo del asiento. La La Land es ella girando el cuello para, refiriéndose a la forma de ser del protagonista, decirte con un susurro: “Es como tú”. La La Land es ella conociéndote mejor que la inmensa mayoría, aunque solo haya sido cuestión de un par de meses, porque lo cierto es que tú hace rato que distingues esos reflejos: la pasión del personaje por su arte y el sacrificio inherente, su peculiar orden de prioridades en la vida, el aspecto del lugar en el que vive, su rechazo a las cosas falseadas o prostituidas en pos de la venta o la aceptación general, la convicción con la que cuestiona: ”¿por qué dices romanticismo como si fuese una palabrota?”. La La Land es esa punzada sensible que te hace cosquillas en los lagrimales durante el desarrollo de la historia y que termina por explotarlos como globos de agua al picotazo de un colibrí, todo por la emoción de un final que engrandece la obra. La La Land es llevarte al rostro la mano cogida de ella, secarte las dos mejillas con sus nudillos y luego darle un beso en la piel suave y mojada del dorso mientras ella ríe, para que sepa que jamás te avergüenzas del llanto manso que provoca la belleza del arte con mayúscula, para que sienta la honestidad de tus sentimientos, tanto hacia la película como hacia ella.
La La Land es el último aplauso que acompaña los títulos de crédito, el más atronador de los cuatro. Es ser consciente de haber asistido a algo único y especial, algo que recordar con orgullo con el paso del tiempo. La La Land es bailar al salir del cine, marcar pasos de claqué mientras se camina, sin poder evitarlo. La La Land es el embrujo de su timidez. La La Land es la copa de vino que tomas al llegar a casa y todo lo que ocurre a continuación. Es la confesión mutua de saber que ha sido una de esas noches que se ancla a la memoria. La La Land es el insomnio de rememorar su historia y proyectarla en la pantalla blanca del techo del dormitorio, con ella al lado, ya felizmente dormida. La La Land es el impulso de levantarse en la madrugada y volver a garabatear algunas palabras, desnudo y en penumbra, cerrando de alguna forma un círculo pero abriendo otro aún más grande. Es saber que para ti siempre será La Ale Land, por más de un sentido. Porque La La Land es ese jazz que no se espera, el que interpretamos al gusto, y por eso sientes la necesidad de escribir que…
… La La Land es el encanto hecho película. La La Land es la vieja magia del cine sumada a la brillantez y el espíritu de una nueva generación de artistas. La La Land es aliento para esos artistas. La La Land es neoclasicismo fílmico. La La Land es una obra maestra cuya valoración irá creciendo aún más con los años y que dentro de un par de décadas situaremos entre las más grandes, en ese puñado de títulos sagrados para cualquier amante del séptimo arte que se precie. La La Land es para los amantes.
La La Land es esa expresión que tanto abanderas y tanto has escrito, adquiriendo más sentido que nunca: Que nos quiten lo bailao.
La La Land es para los insensatos que sueñan.
La La Land es el beso en el hombro que le das a ella al acostarte de nuevo a su lado.
XH O XB