24º FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE LPGC: Sociedad sin párpados ni persianas

Texto acerca de Stranger eyes

 

Stranger eyes

(Mò shí lú)

2024 / Singapur, Taiwán, Francia, USA / Yeo Siew Hua

SECCIÓN PANORAMA

Detalle del póster de Stranger eyes

Primer día del festival. Es viernes por la tarde y llego al hall del cine. Este año se han currado la decoración, hay que decirlo. Nada más entrar te encuentras un rincón lynchniano muy reconocible, un set que cualquier cinéfilo asocia al inclasificable autor de Montana. No será el único guiño a su obra. La presente edición del certamen capitalino homenajea al cineasta, recientemente fallecido, mediante una sección retrospectiva de su filmografía y a través de múltiples detalles, como el mencionado decorado, el diseño <<soviet-peaks>> del cartel, la aparición de su rostro ahumado y fantasmal al comienzo de cada proyección o el tributo musical que podrá escucharse durante el acto inaugural, a pocos metros del cine, en el majestuoso auditorio Alfredo Krauss, inconfundible melodía de Badalamenti que no tendré el placer de escuchar por haber elegido la sala oscura antes que la sala iluminada con focos y flashes. Por haber priorizado asistir al primer pase de Stranger eyes, coproducción incluida en la sección Panorama. ¿Arrepentimiento? Ninguno. Siempre resulta motivador empezar el festival con una buena película, y resulta que Stranger eyes lo es.

La sinopsis oficial de Stranger eyes nos dice que la hija de dos años de una joven pareja de Singapur desaparece sin dejar rastro. Tres meses más tarde, cuando empiezan a perder la esperanza de encontrarla, reciben una serie de vídeos que prueba que alguien ha estado grabando imágenes de sus vidas cotidianas. Esta premisa le permite al director y guionista rascar y arrancar las costras mal curadas y mal disimuladas de una paternidad temprana, la de dos jóvenes que procuran esconder sus miserias en un mundo presente donde no hay secreto a salvo, por oscuro que sea. Una gorgona orwelliana formada por una miríada de lentes abarca todo nuestro entorno, hasta el más íntimo, y nos petrifica en archivos para la vergüenza. Estas imágenes pasadas, presentes e incluso futuras de cámaras públicas y privadas le sirven a Yeo Siew Hua para reconstruir una historia con mucho suspense, que te mantiene atento durante todo el metraje, gracias entre otras virtudes a un acertado racionamiento de la información y al uso de varias elipsis, algunas tan hondas que exigen bastante al espectador. El cineasta singapurense consigue lanzar varios mensajes afilados con su película, donde el observado se convierte en observador, donde todos quedamos retratados como voyeurs, donde la obsesión y el acto del acoso solo evidencian una soledad, una necesidad y un vacío que llenamos con proyecciones de otras vidas, imágenes que revisamos y atesoramos a falta de vivirlas por nosotros mismos, interactuando con ausencias que fingimos presencias, precisamente para estar presentes allí donde nos ausentamos. Paradojas del siglo XXI.

Al ver Stranger eyes resulta inevitable evocar películas como La ventana indiscreta (1954), Chungkin express (1994) e incluso Hierro 3 (ese “abrazo triple”), todas las referencias elevadas aquí en términos de crudeza, realismo o turbiedad, tal y como demanda una actualización a los tiempos modernos que no peque de inocente o hipócrita. En el caso de La ventana indiscreta, la comparación es muy obvia, con esos dos edificios enfrentados, el retrato moderno de ese vecino solitario y, por supuesto, el concepto de voyeurismo o el alto nivel de suspense que se alcanza. Por otro lado, la sombra alargada de Chungkin express y del cine influyente de Wong Kar-wai se desliza tanto en el estilismo y en el comportamiento errático de la protagonista, que nos remite por momentos a aquella memorable Faye Wong, con ese pelo cortísimo y siempre dispuesta al baile evasivo, como en la escena del supermercado donde el personaje femenino se pone a desordenar los productos de las estanterías, en un establecimiento nocturno y desierto, todo mientras baila una canción popular china y es observada con deleite por el encargado a través de las cámaras de seguridad. La escena tiene magia, pero supone un bandazo de estilo en una película por lo demás sobria e inquietante. En cualquier caso, nada que estropee el conjunto. Ni siquiera las influencias mencionadas y evidentes alteran la identidad propia del film. Una obra que enfrenta a sus personajes ─y debido a su buen hacer, también a nosotros─ a un espejo empañado por el vaho de los secretos susurrados, que les desanuda y luego les vuelve a anudar a las entrañas el instinto paternal, que les obliga a drenar la culpa, que les obliga a reflexionar sobre sus contradicciones, que los somete al escrutinio implacable de mil ventanas, físicas y digitales, retratando de este modo una sociedad sin párpados ni persianas; una sociedad sin rubor ni escapatoria.

Stranger eyes es una película notable cuya esencia bien pudiera quedar condensada en el puñado de líneas de diálogo con las que me dispongo a cerrar este artículo, fragmento rescatado de una conversación vía mensajería instantánea entre el acosador y la acosada; para buenos entendedores, breve resumen de una obra compleja, a la altura del listón que suele marcarse el Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria.

─Me mira como si fuera invisible.

─No es algo tan malo ser invisible.

─¿Tú me verías, si fuera invisible?

─Yo te veo.

─Quiero ser vista.

 

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