24º Festival Internacional de cine de LPGC: Comunidad en llamas, calidez en la comunidad

Un texto acerca de La Quinta y de One of those days when Hemme dies

Las dos últimas películas de la Sección Oficial en proyectarse han sido la argentina La Quinta, de Silvina Schnicer, y la turca One of those days when Hemme dies, de Murat Firatoǧlu. Salvando diferencias culturales y cinematográficas, las dos obras presentan varios nexos en común. El más destacable, su desarrollo en pequeñas comunidades donde el prójimo se vuelve partícipe de nuestras decisiones y nuestros actos, para bien o para mal. Una vida comunitaria en entornos cerrados de pueblos y barrios que saca lo mejor y lo peor de nosotros, pero que al final termina poniendo de manifiesto una y otra vez la necesidad de preservar ciertos valores de convivencia que pueden estar cayendo en el olvido. Una conversación nocturna con vecinos o detenerse a tomar un té con un viejo amigo sin haberlo previsto pueden salvarnos de nosotros mismos.

 

La Quinta

2024 / Argentina, Brasil, Chile, España / Silvina Schnicer

SECCIÓN OFICIAL

La sinopsis oficial de La Quinta abre con dos palabras que tal vez resulten engañosas a la postre: drama rural. Hay drama, sí que lo hay, y nos movemos en un entorno rural, también es cierto, pero se trata de una comunidad rural privada y acomodada, constituida por familias de clase media alta que tienen allí una segunda o tercera residencia para escapadas puntuales. Lo resalto porque aquí no hay ganaderos ni ermitas, y porque el estrato social de la familia protagonista y de sus vecinos de casita de campo es determinante para el discurrir de la historia, para comprender el devenir de sus decisiones. El detonante surge bien temprano, al inicio de la cinta, cuando la familia, padre, madre y tres hijos pequeños, llega a la quinta y encuentra tremendo quilombo: la casa ha estado ocupada y ahora es un desastre. Mientras empiezan a recoger aparece Tomás, encargado del cuidado y vigilancia del barrio en ausencia de los propietarios. A partir de ahí, se desata la paranoia, el prejuicio y, sobre todo, el miedo. Ese miedo sordo y silente que solemos proyectar hacia el extraño, y ante el que suelen salir peor parados siempre los mismos. Una culpa volcada hacia fuera cuando deberíamos mirar hacia dentro.

A todas estas, mientras los adultos discuten las decisiones a tomar en lo relativo a seguridad, los niños, verdaderos protagonistas de la película y grandes acreedores de sus logros, hacen de las suyas. Diría que se asilvestran, pero la realidad es que alguno ya vino asilvestrado de casa. Me refiero a Martín, el mayor de los tres hermanos, un crío que se muestra frío y sádico de un modo que va más allá de lo que es propio de la edad, de esos juegos crueles y pasajeros que ponemos en práctica durante la infancia, fruto de la curiosidad y de la exploración de los límites. En este caso, su hermano el mediano, llamado Fede, es el primero que se percata de que algo no va bien con Martín. Sigue a su hermano grande a todas partes, pero lo vigila de cerca cuando tiene su caja de fósforos entre manos. Cuando ocurre lo esperable, Fede se angustiará con el debate interno entre contar la verdad de lo sucedido o guardarle fidelidad a su hermano hasta el final. Sin duda, sobre Fede pivota la historia, y me parece un acierto, ya que tanto actor como personaje parecen estar un peldaño por encima del resto. Desde la primera escena, cuando le vemos acariciar con un gesto tierno el pelo de su hermana pequeña, podemos intuir el corazón y la sensibilidad que posee. A posteriori, a lo largo del film, sigue dando muestras de su conciencia, de su inteligencia, de su amor fraternal, de un modo convincente desde el punto de vista interpretativo, a veces solo con una mirada inyectada en sentimiento. Su dilema expande la historia; su lealtad le provocará pesadillas y determinará el rumbo de los acontecimientos.

En cuanto a los aspectos técnicos, cabe destacar la luminaria que exhibe la fotografía. Muchos de los planos cuentan solo con la iluminación de una linterna, de un fuego, de una pequeña lámpara. Sería fácil caer aquí en la inoperancia, buscando realismo. Sin embargo, la iluminación de esas linternas y de esas llamas resulta funcional e incluso estética a la hora de conseguir una fotografía tétrica y opresiva, acorde al drama. Cada haz de luz parece caer donde y cuando debe para resaltar figuras y rostros, penumbra y oscuridad. Si a esto le añadimos un uso original e inquietante del sonido, que nos cuenta en varias ocasiones aquello que ocurre fuera de plano, se alcanza una atmósfera perturbadora, muy lograda. Las sensaciones que transmite terminan de trazar en mi mente un parentesco emocional y temático, curiosamente con una novela, no con otra película. La turbiedad que se va propagando lentamente en la trama y la atmósfera enrarecida que envuelve a los personajes me remiten a Subsuelo, novela de Marcelo Luján publicada por Salto de Página en 2015, un escritor, casualidad o no, de Buenos aires. Y reconozca o no los paralelismos con su libro, Marcelo probablemente coincida conmigo en que la captación atmosférica sea la mayor virtud de La Quinta, y que solo por ello sea recomendable su visionado, sin olvidar, claro está, el interés de los temas abordados: miedos de clase, sutiles fronteras infantiles entre la travesura y la psicopatía, primera experiencia con la muerte, la paternidad puesta a prueba… Como compatriota suyo, Marcelo quizás lo resumiría todo diciendo que a la porteña le salió una parabolita muy linda, viste.

 

One of those days when Hemme dies

(Hemme’nin öldüǧü günlender biri)

2024 / Turquía / Murat Firatoǧlu

SECCIÓN OFICIAL

Viajamos del campo argentino a descampados turcos. De una comunidad privilegiada a una comunidad mucho más pobre. Cambiamos la noche por el día, una fotografía claustrofóbica por una fotografía de espacios abiertos, la luz artificial de las linternas por la luz natural de un sol otomano implacable. ¿Y los vecinos? Pues los vecinos cambian de aspecto y de lengua, pero se muestran igual de valiosos, de necesarios.

Para una convivencia sostenible.

Para la memoria de un pueblo.

Para el porvenir.

One of those days when Hemme dies es una obra de autor. Sus apenas 83 minutos tienen delante y detrás de las cámaras la presencia de Murat Firatoǧlu, director, guionista, productor y actor principal de la película. Un hombre orquesta que se las apaña muy bien para que su película luzca, atrape y convenza. En el papel de Eyüp, el protagonista, un jornalero de la cosecha tomatera del sureste del país que tiene urgencias económicas, se enfrenta al capataz y toma una decisión drástica. Eyüp representa a todos esos trabajadores del campo, temporeros, que sufren unas condiciones laborales muy precarias por culpa de capataces y empresarios del sector que conocen y se aprovechan de sus circunstancias y necesidades, imponiendo el “lo tomas o lo dejas”. El personaje, en este caso, es la versión inconformista de esos jornaleros explotados, aquel que exigirá una paga que no llega. Alguien llevado al límite que no piensa tolerar más injusticias y agravios. La Historia siempre ha necesitado más Eyüps en sus plantaciones.

Eyüp es cabezota y se empeñará en su propósito, sin esbozar una sola sonrisa y siempre ceñudo. Serán sus vecinos del barrio los que de un modo involuntario irán entreteniéndole, demorando aquello que se propone. Conocidos, amigos y familiares lo van reteniendo en encuentros fortuitos: un karkadé por aquí, unas uvas por allí, un anciano que necesita ayuda, una antigua compañera de la escuela primaria que rememora una infancia compartida. Todos ellos van sacando lo mejor de Eyüp, siempre respetuoso y poseedor de una bondad enmascarada solo por su rictus iracundo, una seriedad que a nosotros ya no nos engaña; cada vez nos cae mejor.

A medida que se van dando estas muestras de educación y solidaridad entre vecinos se va diluyendo la determinación de Eyüp y se va conjurando en la obra un encantamiento, uno lento y progresivo, pero que permanecerá un tiempo en el espectador tras el fundido a negro. Los títulos de crédito potencian el efecto. Ese baile tradicional y festivo conformado por una cadena humana que va apareciendo en pantalla poco a poco, como una cortinilla televisiva pegadiza o un salvapantallas hipnótico, se vuelve memorable. Se usa como primera y última secuencia del film, incorporándola en los créditos con un ligero cambio que nos completa la sonrisa y pone el broche a la historia.

Aunque para broche, el Lady Harimaguada de plata que le ha otorgado el jurado de la Sección oficial a la película, según leo en estos precisos momentos en el correo informativo del departamento de prensa que acaba de entrar en mi bandeja. Digna ganadora, por tanto, del segundo galardón de un festival que año tras año se mantiene comprometido a la hora de reflejar temas sociales de actualidad y relevancia, rastreando por todo el globo y dando visibilidad a ese tipo de cine artístico que conmueve y agita conciencias. Un cine vital en estos tiempos.

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