Los componentes básicos de una bomba atómica, al igual que los de una gran película, deben ser cuidados al detalle. Deben encajar a la perfección. Estos componentes activan, controlan o potencian su funcionamiento. En el caso de la bomba de fisión nuclear, los componentes principales son: un iniciador de polonio-berilio, un núcleo esférico de plutonio-239, una vaina de uranio-238, una cubierta de aluminio, lente explosiva y detonadores. El primer modelo de bomba de fisión se conoció con el nombre en clave Gadget y fue detonado en la prueba denominada Trinity. Su mecanismo contaba con dichos componentes.
Fisión
- f. Escisión, rotura.
Iniciador o cebador
Pequeña masa compuesta de una aleación de los elementos químicos polonio y berilio que se inserta en el centro del núcleo de plutonio y actúa como fuente de neutrones que fisionan los átomos del material radioactivo y provocan la reacción en cadena.
El iniciador de todo en la película Oppenheimer no es otro que Christopher Nolan, y lo hace mediante la conjunción maestra de los dos elementos cinematográficos que llevan su firma: el guion y la dirección.
Basado en el libro Prometeo americano: el triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, el guion escrito por Nolan es de tal complejidad en términos conceptuales, narrativos y políticos que solo un virtuoso del cine, con la dosis necesaria de valentía, podía llevarlo a término. Antes que él otros cineastas de renombre fantasearon con la idea de adaptar el texto de Kai Bird y Martin J. Sherwin y se reconocieron incapaces. Para conseguirlo se habría de dominar el tiempo y el tempo fílmico como muy pocos pueden hacerlo. Para mayor dificultad, el tema abordado se presenta especialmente espinoso en el panorama político actual, con aspectos sensibles a la hora de posicionar y dividir al público. Teniendo todo esto en cuenta, el mérito de Nolan ante el desafío es mayúsculo. Resulta envidiable la forma ágil y cristalina que tiene el realizador de hacernos llegar aspectos de la trama densos por naturaleza, como las explicaciones sobre física cuántica o el clima previo y posterior al McCarthismo en Estados Unidos.
Núcleo
Una esfera de plutonio-239 dividida en dos hemisferios que permanecen separados y estables hasta el momento en el que una implosión generada por una alta carga de explosivos los comprime y se alcanza la masa crítica.
Cillian Murphy y Robert Downey Jr. actúan como dos partes de un todo que acaba logrando criticidad. La película alcanza su clímax cuando se hace evidente en pantalla la colisión de estos dos personajes centrales, un enfrentamiento que se revela de un modo gradual con el metraje. A pesar de compartir tan solo un par de escenas, el duelo al estilo guerra fría entre Oppenheimer y Strauss, y por tanto, el duelo actoral de primerísimo nivel entre Cillian Murphy y Robert Downey Jr., supone el eje vertebrador de la historia, una historia desplegada en gran medida en los seudo juicios que enfrenta cada uno.
Abatido o imbatible, superado o insuperable, confesado o… inconfesable: así se muestra el padre de la bomba atómica y así lo trasmite el rostro del actor irlandés, con unos ojos capaces de observarlo todo desde el asombro o desde la indiferencia más absoluta, un amplio espectro de matices que le permiten encarnar la versión más entusiasta, idealista e ingenua de la controvertida figura histórica durante la primera línea temporal, y otra versión más resignada, realista y redentora en un hilván de tiempo posterior.
Decir que Cillian Murphy está colosal en la mejor interpretación de su carrera hasta la fecha es quedarse corto. Y su némesis no tiene mucho que envidiarle. El díscolo Robert Downey Jr. cierra y da sentido a la subtrama más compleja de la obra, y lo hace con unas líneas de diálogo reveladoras, una reflexión en el tramo final pronunciada con ese nervio y esa convicción al alcance de solo un puñado de intérpretes.
Vaina de uranio-238
La bala o vaina de uranio-238 contiene los dos hemisferios del núcleo de plutonio y se inserta a su vez en otra cápsula de uranio, usándose como reflector y potenciador a la hora de liberar la mayor parte de la energía.
Los encargados de dar réplica a los dos actores principales, de potenciar sus diálogos y aumentar su brillo son los actores y actrices de reparto de la película. El talentoso elenco es enorme, casi inconcebible. Entre otros, incluye a Matt Damon en el papel de un alto cargo militar, Kenneth Branagh dentro del traje del sabio Niels Bohr o el siempre convincente Jason Clarke haciendo las veces de incisivo fiscal acusador. Pero las que de verdad elevan las escenas y el libreto de Nolan con sus palabras y su presencia son las actrices Florence Pugh y Emily Blunt en sus roles de amante y esposa del protagonista, respectivamente. Ellas aportan la víscera y la poesía, redimensionan al genio de la física para que alcance ante nuestra mirada todas sus luces y sus sombras. En palabras más sencillas, aunque no carentes de cinismo: lo humanizan. Y para humanizar hay que desnudar, algo que ambas mujeres hacen con Oppenheimer en sentido literal y figurado, dando lugar a algunas de las mejores secuencias de la película, como aquella de los dos sillones orejeros confrontando piel sincera, o la del brillante desplazamiento lateral de cámara durante la audiencia a Oppy que nos enseña cómo se sienten él y su esposa Kitty ante semejante grado de exposición pública.
Cubierta de aluminio
Envoltura compresora del núcleo, cuya presión aplicada, en último término, lleva a los dos hemisferios de plutonio más allá del punto crítico.
La banda sonora original de Oppenheimer envuelve su trama y arrastra imágenes y palabras hasta la épica. Igual que da ritmo y electricidad en ciertos pasajes para que se alcance en pantalla el punto álgido también pone un vaporoso lirismo cuando es oportuna la erudición o el intimismo. Las notas acarrean sentimiento y bombean sangre con ese in crecento ferroviario y relojero tan propio de los scores usados por Nolan. Ese ramalazo Hans Zimmer sin ser Hans Zimmer, porque la composición musical corre a cargo en esta ocasión de Ludwig Göransson, un sueco de solo 38 años. Y el tío lo borda. Melodías de cuerda con la belleza clásica que exhibió Johan Johansson en La teoría del todo; compases finales sublevados por la electrónica al estilo Max Ritcher o Floating Points; disruptores, distorsiones y llamaradas sonoras para tensionar la atmósfera fílmica. En resumen, una banda sonora a la altura estratosférica de la película.
Lente explosiva y detonadores
Se denomina lente explosiva o lentes explosivas al dispositivo compuesto de varias cargas explosivas de diseño específico para lograr simultaneidad en la detonación y una compresión equitativa por toda la superficie del núcleo, todo ello activado a distancia mediante detonadores dispuestos en puntos clave.
La fotografía de Oppenheimer, cuyo máximo responsable es Hoyte van Hoytema, resulta ser el verdadero dispositivo cinematográfico de la obra, la versátil carcasa externa que apreciamos. La lente enmarca a modo de lienzo, diana o pizarra según convenga, para el desarrollo idóneo de la acción y el lucimiento de los actores. Colaborador habitual del director, Hoyte van Hoytema usa una elegante escala de grises para diferenciar la subtrama del personaje de Strauss, con su punto de vista, de las líneas temporales que tienen el foco en Oppenheimer. En el momento de unir en tiempo y espacio las dos partes, para que el espectador sea capaz de situar cronológicamente la tercera línea temporal, el director de fotografía, tal vez a instancias de Nolan, quién sabe, luce un recurso fotográfico muy inspirado: un ramo de flores grises bajo la visión de Strauss que este mueve de un lado a otro de una mesa redonda para poder mirar a la cara a sus interlocutores hasta que la cámara adopta la mirada de Oppy; es entonces cuando el ramo se aparta por última vez y lo hace en todo su esplendor, recobrado el color de las flores y del plano en ese preciso instante. Detalle sutil e ingenioso de carácter autoral que puede pasar desapercibido, del mismo modo que puede ocurrir con el tenue tono rojizo en el rostro de algunos personajes en determinados planos que me atrevo a pensar que no es casual. A diferencia de estos recursos formales, el resplandor cegador que crece con la efervescencia de un par de escenas es más difícil pasarlo por alto, una sobrexposición de lo más alusiva. Pero más allá de detalles a rastrear, que haberlos, los hay, la fotografía de Oppenheimer, a base de unos claroscuros maravillosos, una iluminación nocturna impecable y un manejo soberbio de interiores y exteriores, ya sea en el primerísimo plano o en el plano general, consigue dar ese empaque visual necesario para que una película sobreviva al paso del tiempo con la grandeza intacta. Haber sido rodada en película de gran formato también ayuda a ese clasicismo casi instantáneo, con un máster final IMAX en 70 mm (el favorito de Nolan) que, a pesar de tener el hándicap de medir 18 km y pesar 270 kg, aporta esa textura tan prístina, tan imperecedera. Etalonaje identitario.
En último lugar, es el montaje el que consigue con su timing mayor impacto de la fotografía, de la historia, detonando las sensaciones en el público en el momento adecuado. No me hago una idea de lo complicado que puede llegar a ser estructurar horas de metraje en cortes de diferente duración, a veces de apenas un segundo y otras veces sostenidos en retina, con la dificultad añadida de realizar el trenzado de líneas temporales que propone Nolan y, todo ello, dosificando la información para que nada resulte muy obvio, lo complejo se antoje simple, el suspense se mantenga y se infle, y al final y solo al final, en los instantes postreros de un puñado de escenas conclusivas, acabe por revelarse intención y verdad. Sin duda la visión cinematográfica de los montadores es otro aspecto que destacar en Oppenheimer, un aspecto clave. Pero en realidad todos los componentes lo son, ¿no es cierto? Si uno falla, la obra se desmorona. Y es que los retos de Nolan con el celuloide para conseguir su explosión masiva particular son en lectura comparativa los mismos que tuvieron los científicos y técnicos que diseñaron Trinity: generar suficiente presión para comprimir el plutonio, sincronía perfecta de las detonaciones, y conseguir una implosión que afecte de forma simétrica y proporcionada a toda la superficie del núcleo. Revísenlo, lo fundamental está ahí. Guion, dirección, actores, banda sonora, fotografía y montaje como componentes básicos de un artefacto cinematográfico cuya onda expansiva, si se me permite el recurso fácil, no sabemos hasta dónde alcanzará.
Fusión
- f. Unión de intereses, ideas o partidos.
Oppenheimer provoca esa extraña y esquiva fusión: la de crítica y público. No a un nivel cualquiera, lo logra con ambas notas de matrícula de honor. También realiza la siempre complicada fusión de géneros, porque Oppenheimer es muchas clases de películas en una, y aunque normalmente eso acaba en desastre, aquí Nolan consigue aunar un excelso cine político, un magnífico cine de suspense, un gran cine biográfico y un buen cine de espías. ¿Quién da más? Muy pocos, puede que nadie. Christopher Nolan, a día de hoy, es capaz de idear proyectos faraónicos cargados de riesgo, convencer a una productora para disponer de un presupuesto desorbitado, y luego gestionar una enorme cantidad de recursos técnicos y humanos para alumbrar en pantalla un tipo de cine majestuoso, abrumador, de esa estirpe que parecía abocada a la extinción. En otras palabras, es capaz de generar un blockbuster que entusiasme a la crítica, personificando el equivalente a un Spielberg en los ochenta y noventa o un Hitchcock a finales de los cincuenta, principios de los sesenta. Por si alguno se está llevando las manos a la cabeza en este instante, me gustaría recordar que a los directores mencionados el reconocimiento intelectual, por llamarlo de alguna forma, también les llegó tarde. O más tarde de lo que las masas y las recaudaciones reclamaban (quizás triste y precisamente por eso).
A pesar de que pueda parecer lo contrario, Nolan no es mi director fetiche, ni siquiera estaría entre mis favoritos, pero al césar lo que es del césar. A mí me tiene ganado desde que me hizo salir corriendo de la sala donde proyectaban Origen con la urgencia de escribir sobre lo que había visto, porque lo que había visto era insólito. Desde aquel juego de sueños, los adeptos a Nolan se han multiplicado de forma exponencial, película a película. Con Dunkirk reclutó incluso a un pelotón de críticos detractores, de esos puristas que no lo veían suficientemente “serio” o de esos amargados que lo veían excesivamente comercial, sin atender a las raíces del éxito. Luego con Tenet se dijo que iba a salvar el cine y no dio para tanto. Ahora con Oppenheimer sube a su barco a los pocos que quedaban en tierra tras Dunkirk y puede que, esta vez sí, con la ayuda inestimable de una muñeca rubia que adora el rosa, salve las salas de cine y provoque el regreso de una época dorada para el séptimo arte. Lo dicho, ya veremos hasta dónde llega la onda expansiva.