Acerca de EL OTRO LADO DE LA ESPERANZA ∫ Aki Kaurismäki Finlandia-2017
Sección oficial del 17º FICLPGC
Estoy enamorado de Finlandia, pero si me avisas de cualquier oportunidad de largarme te lo agradeceré eternamente.
Khaled
Estas palabras del personaje central de la historia puede que resuman con un punto particular de ironía ese sentimiento ambiguo compartido por tantas personas que se ven obligadas en la actualidad a huir lejos de sus hogares. Por mucho que aprecien el lugar de (des)acogida, siempre añorarán su tierra, da igual lo pobres o miserables que se recuerden en la comparación.
El drama de los refugiados es un problema social masivo de nuestro tiempo que enfrentamos con enfoques dispares, o directamente no lo enfrentamos, limitándonos a observar con la mirada del alfil y desde la distancia todas esas desgracias ajenas. En casos similares, la historia nos muestra como el arte solía acudir raudo a hacerse partícipe de la denuncia. Solo hay que pensar en la gran cantidad de películas que reflejan la barbarie, el sinsentido y la pérdida que trajo consigo la segunda guerra mundial, obras que tuvieron el valor de hacerlo aún inmersos en aquel terrible conflicto. Hoy en día, otro problema humano y global de gran calibre como es el de la inmigración, en especial la asociada a los refugiados de guerra, apenas cuenta con unas pocas obras solidarizadas con la causa, lo hagan en mayor o menor medida. Algunas son excelentes, como por ejemplo Incendies (2010) o la reciente Fuocoammare (2016), pero eso no esconde el hecho, casi sonrojante para el medio, de que a pesar de contar en nuestros días con muchos más recursos y, por desgracia, tratarse de una situación de gravedad estirada mucho más en el tiempo, no hayamos visto tanta oportunidad o tanta necesidad de ejercer denuncia artística como sí vieron otros a mediados de aquellos duros años cuarenta. Por todo ello, la ovación dedicada a Kaurismäki debe resonar (y resonó) en las salas el doble de alto. Por su arte y por su compromiso.
El otro lado de la esperanza relata las aventuras y desventuras que vive un joven sirio que entra ilegal en Finlandia. Apreciamos las crudas negociaciones que uno ha de hacer consigo mismo para mantener la dignidad en una tesitura semejante. Apreciamos esa saliva que se traga para bajar garganta abajo la amargura y que se siente como la bola negra cayendo por la tronera equivocada. Apreciamos cómo el pobre siempre se comporta como un rico con el pobre. Todo esto a través de la mirada única del director finlandés, un autor respetado y admirado en el circuito festivalero mundial, por méritos propios. Aquí su exhibición del absurdo roza la genialidad. Mediante un humor sutil que aflora en los instantes menos pensados y el drama que permanece en todo momento como telón de fondo, el espectador se mantiene en una elástica forzada entre dos polos, y en las primeras ocasiones casi reprime la sonrisa por considerarlo improcedente, ya sea porque no ve que ningún personaje sonría en absoluto hasta casi el final de la historia o tal vez debido a un sentido de culpabilidad educacional. Tampoco importa; pronto será inevitable la carcajada, en parte al comprender que la ironía y el ridículo son dos de las lentes que usa Kaurismäki para su retrato del inmigrante.
La tendencia actual sería catalogar la película con la etiqueta de dramedy, pero tengo la sensación de que su máximo responsable no estaría muy de acuerdo. Y podríamos entenderlo. Su último largometraje es mucho más que eso. Muestra muchos bares, mucha música interpretada en escena, mucha cercanía al pueblo llano y mucha ternura, todo con un punto de patetismo, características reconocibles en su filmografía y que en cierta medida le emparentan por fondo y forma con los Coen o con David Lynch. Pero en El otro lado de la esperanza cabe destacar, por encima de cualquier otro rasgo, el mensaje humanista y el uso acertado del absurdo para poner de manifiesto situaciones auténticas que se dan a diario y que realmente, lo queramos reconocer o no, se pueden tildar de absurdas. Me viene a la mente la escena en la que las autoridades competentes le transmiten a Khaled la conclusión a la que han llegado sobre su estatus en el país, para, acto seguido, ver en la siguiente secuencia y a través de un telediario del centro de acogida de refugiados la verdadera realidad de la tragedia, más allá de negaciones o intereses. Un contraste fino y maestro. Igual que la forma que tiene el autor de asociar el odio a la ignorancia, con una sola frase brillante e inesperada: “Te lo advertí, judío”. Y entonces vuelves a sonreír en medio del drama, sin remedio. Porque la obra está llena de frases inteligentes y contundentes que se lanzan como martillo de dios nórdico e impactan en nosotros de forma sorda.
¿Cómo pasaba de un país a otro?
Es fácil. Nadie quiere vernos.
En definitiva, estamos ante una película tan sobresaliente como necesaria. Una obra que nos cuela la denuncia de un drama social contemporáneo a través de la hendidura de nuestras sonrisas. Quizás no haya mejor modo de asomarse a ese otro lado de la esperanza.
Tú sonríe siempre. A los melancólicos son a los primeros que echan.
Mazdak