FICLPGC 20 Aniversario: Hiperrealismo social y realismo brujo

Críticas:  La nuit de rois  /  Fireworks Wednesday

El regreso al festival de cine de la capital gran canaria se percibe extraño. Debido a un 2020 sin edición, al cambio de ubicación y a las mascarillas, todo se antoja nuevo y frío. Distante. Esa sería la palabra, sin remedio. Pero se afronta con ganas y con la ilusión de siempre; la de descubrir buen cine inmerso en la oscuridad de una gran sala.

Tras recoger el pase de prensa, me encamino a mi primera sesión del primer día del programa. Se trata de La nuit de Rois. Por verla, me perderé el acto de apertura, y sin demasiada lástima, he de añadir. Sí que llegaré a tiempo a la película que oficialmente inaugura el festival, que no es otra que Fireworks Wednesday, del gran director iraní Asghar Farhadi, premio de honor 20 aniversario. En cualquier caso, es lo que tienen los grandes festivales, sean de cine, de música o de lo que sea: el solapamiento en los horarios te obliga a elegir y sacrificar.

Vamos con lo que se elige.

 

LA NUIT DE ROIS

La noche de los reyes

2020  /  Canadá, Costa de Marfil, Francia, Senegal  /  Phillippe Lacôte

SECCIÓN PANORAMA

─Llévatelo a la selva.

─¿A qué bloque, jefe?

En el arranque de la obra, estas dos líneas de diálogo retratan, antes incluso de que lo hagan las imágenes, el escenario casi onírico donde se desarrollará la historia: la cárcel de la Maca, un presidio en mitad de la selva tropical de Costa de Marfil. Para llegar a la Maca, sobrevolamos la selva al compás de los títulos de crédito, contemplando esa espesura salvaje, la exuberancia de ese verde dominante, solo para que al final del recorrido se levante el encuadre y se nos muestren los muros altos y blanquecinos de la cárcel. Unos muros que bien podrían derribarse sin provocar cambio, ya que a uno y otro lado todo es selva. Esta idea ya se anticipa en la mencionada secuencia inicial, se apunta mediante las dos frases intercambiadas por jefe y subalterno de seguridad, y se remarcará con el último plano de la película, donde volveremos a contemplar los muros del penal apabullados por la exótica naturaleza del lugar. Todo es selva. Y en ella, hay criaturas peligrosas que pueden domarse con el restallar de la palabra. Porque están ansiosas de una historia que provenga de más allá de los lindes de su bosque tropical, que provenga de esa civilización perdida. Quieren ser partícipes del mundo desde su limbo de barrotes de jade, lo que les llevará a escenificar la historia relatada de un modo teatral, como un Kabuki tribal e improvisado en ese cerco que se forma en torno al orador tradicional. Esa feroz necesidad de pertenencia también se refleja en la frase que un recluso proclama a voz en grito, para fervor de los lacayos, una sentencia de una sencillez demoledora: <<un mal hijo sigue siendo un hijo>>. Reclaman esa humanidad que se pierde en pago por la supervivencia.

La película se encuadra en el subgénero carcelario, pero no lo hace con una propuesta al uso. La propuesta cinematográfica de Lacôte posee la misma extravagancia caótica que la Maca, <<la única cárcel del mundo regida por un preso>>, como denuncia con resignación, desde su posición figurativa, el oficial militar encargado del orden en la institución, quizás el personaje más desaprovechado de la obra, poderoso en sus silencios y en su aspecto desaliñado de uniforme abierto sobre camisilla térmica sudada. Aunque para silencio, el del nombre de otro personaje que aumenta la dosis de locura cada vez que aparece en pantalla, interpretado por un Denis Lavant, gallina al hombro, especializado desde hace años en papeles empapados de insania y riesgo. Con estas descripciones en mente, tal vez ya se pueden hacer una idea de la gestión y del modus vivendi en el interior de esta cárcel marfileña, donde la realidad es tan dura que el soñar se vuelve droga; el orador, camello; y la evasión solo está al alcance de una imaginación bulímica.

Lo que vuelve especial el planteamiento de la historia es que no se centra en la acción, sino en el propio relato como arma y escape. Un relato que se entremezcla con la realidad taleguera y que es inventado sobre la marcha por el “romano”, un orador elegido por el preso al mando del presidio y que tiene el cometido ingrato de contar una historia en la noche de la luna roja. Al líder le llaman Barba negra, y procura en vano estirar su reinado, cuando las leyes no escritas dictan que al estar gravemente enfermo debe quitarse la vida y ceder el trono. Está interpretado por Steve Tientcheu, ese actor grandote que brilló en la reciente Les misérables (2019) o que participó en Braqueurs (2015), esa pequeña joya francesa del noir injustamente desconocida.

En cuanto al papel del romano, recae por imposición en un imberbe y asustado recluso que vive su primer día de condena. De hecho, a pesar de que el film se diferencia del resto de su clase durante su desarrollo, el inicio lo tenemos más visto: un joven condenado que efectúa su ingreso carcelario y da sus primeros y temblorosos pasos en un entorno hostil. Funciona igual, eso sí. No importa las veces que usen la fórmula. Nos hace sentir ese terror del que se adentra desnudo en la jungla. Ya lo sentimos en su día con aquella magnífica Starred Up (2013) y, cómo no, con la mejor película carcelaria que existe, esa obra maestra titulada Un profeta (2009). La nuit de rois tiene una pizca de ambas, pero a diferencia de Jack O’Connel o Tahar Rahim, Bakary Koné no necesitará hacer uso de la violencia. Él usará el poder de la palabra, emparentándose con Sherezade y reduciendo las mil a solo una. Pondrá de manifiesto la importancia de la tradición oral, tan presente aún en el continente africano, vehiculando una fábula cargada de realismo brujo más que mágico e hilvanada con acontecimientos trágicos de la historia de su país. Su cuento provocará en los presos arranques de baile y cante, y además despertará en el espectador la suficiente curiosidad por el desenlace de una película que, a pesar de sus defectos y del desperdicio de potencial, resulta valiosa por su valentía, su exotismo y su mensaje.

 

FIREWORKS WEDNESDAY

2006  /  Irán  /  Asghar Farhadi

RETROSPECTIVA: ASGHAR FARHADI 4 + 2

El cine de Asghar Farhadi es inconfundible. Su cámara siempre se centra en lo mismo, pero en cada ocasión resulta estimulante. No es logro pequeño, ya que su cinematografía orbita alrededor del matrimonio, con el peligro de caer en el costumbrismo que eso conlleva, auténtico exterminador de público. Con gran oficio, Farhadi consigue crear en sus películas una tensión conyugal y un ambiente enrarecido que engancha desde las primeras escenas. Entre otros motivos porque es un director de actores excepcional, uno de los mejores del planeta. Los maridos agraviados y las mujeres sufridoras de su universo iraní actúan con una veracidad y una fuerza que más quisiera para sí más de un actor de renombre en el panorama internacional. Otra constante en su filmografía sería la sutil denuncia social y la reivindicación de la mujer, pero no piensen en el marco actual y deforme del Me too; hablamos de un contexto islámico y de obras que se fechan décadas atrás, con el riesgo vanguardista que todo eso implica. Un buen ejemplo vendría a ser precisamente Fireworks Wednesday, título ganador del certamen insular en 2007 y que, encuadrado en la retrospectiva que dedica el festival al autor teheraní, se encarga de dar el pistoletazo oficial a esta vigésima edición. Fireworks Wednesday es por fecha y esencia la siembra perfecta de sus películas posteriores, tales como El viajante (2016), su obra magna ganadora del Oscar titulada Nader y Simin, una separación (2011), o incluso de la reciente Todos lo saben (2018), una producción española magníficamente interpretada por la dupla Cruz – Bardem. En esta Miércoles de fuegos artificiales presenciamos las disputas provocadas por los celos de un matrimonio de clase acomodada, su relación con una alegre e inocente asistenta del hogar o con una problemática vecina, evidenciando a través de esas escenas el sufrimiento de los más pequeños, las diferencias entre clases o la crítica a determinados comportamientos sociales, siendo el conjunto perfectamente extrapolable a Occidente desde el hiperrealista Oriente próximo del cineasta. Porque los problemas los vemos y los sentimos reales, los viven personajes que se antojan reales, y se conjuga una realidad que nos parece muy cercana, más que nos pese.

El director iraní, de pie frente a las butacas justo antes de la proyección, habló con humildad y confesó lo mucho que echaba de menos estar delante de su público. Nosotros no pudimos confesarle el anhelo que su tipo de cine provoca en el cinéfilo: el anhelo de más Farhadis, por mucho que haya uno en la sala y resulte inigualable. Paradojas del deseo aparte, excelente elección la de su película como cinta de apertura, suplantando la falta de un buen estreno con nostalgia y mensaje. En estos tiempos de facherío al alza, viene bien que el arte nos recuerde lo parecidos que somos en todas partes.

xHoxB

 

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